martes, 15 de marzo de 2011
La Virgen del Rocío: Causa de nuestra alegría
El pueblo cristiano es un pueblo que se sabe redimido, libertado de la esclavitud de la muerte eterna.
Como tal, debe expresar su fe de manera optimista y alegre, pues no somos un pueblo de “muertos” sino de vivos por la Redención de Jesucristo.
Dentro de breves días peregrinaremos al Rocío, uno de los santuarios marianos más concurridos del mundo. Y, sin duda, con una de las fiestas más singulares de la expresión cristiana.
María, Madre del Señor, nos convoca a sus hijos a dar testimonio de nuestro amor por Cristo y su Iglesia, que se reúne en torno a Ella para celebrar que el Espíritu Santo continúa a bendecirnos y a guiarnos desde aquel Pentecostés primero, que hizo florecer la Palabra por el mundo, transmitiendo la Buena Nueva.
La Virgen debe ser el espejo donde nos miremos todos para ser fieles a Cristo, siguiendo sus enseñanzas, confiando en Él.
Es maravilloso que expresemos con alegría esta fe que nos une.
Que compartamos ese espíritu alegre y que sepamos transmitir nuestra confianza en Dios, por la mano de María, Señora Nuestra, que nos lleva a reunirnos en la presencia de su Hijo; “Cada vez que os reunáis en mi nombre yo estaré en medio de vosotros”.
Así pues, emprendamos el camino hacía el Rocío, con el ánimo alegre, dando testimonio de verdadera fe.
Seamos coherentes con las enseñanzas evangélicas.
Pidamos a María que nos alumbre el camino para sentirnos plenamente hijos de un mismo Padre.
Asumiendo nuestra condición de pecadores, sepamos caminar con la humildad y la confianza para poder decir después, satisfechos, que nuestro Rocío es un camino que nos llevó y nos acercó más a Dios.
Contagiemos esta alegría a aquellos que denigran nuestro peregrinar con su mal ejemplo o con su oposición crítica e injusta.
Sepamos ser fieles a Jesucristo en nuestro feliz caminar hacia María de las Rocinas.
Y cuando lleguemos a su ermita, no olvidemos que Él está siempre, siempre, presente… oculto en el sagrario, dispuesto a escucharnos, a concedernos la gracia y el perdón. María es un faro que nos anuncia la tierra firme que nos da la vida eterna.
En el Rocío, basta mirar para el lado. Allí está Jesús, vivo y presente en la Eucaristía. Eterno y bondadoso, siempre de brazos abiertos.
Y que todo lo que nos obstaculice en nuestro crecimiento sea apartado de nuestro lado con humildad y benevolencia, pero con firmeza, en este caminar que emprenderemos en breves días.
Maria, al aceptar- humilde y esperanzada- a Cristo en su vientre contribuyó de manera activa en la mayor alegría de la historia de la humanidad.
Por eso la llamamos CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA.
Caminemos con Ella en la simbología de nuestro simpecado.
Vayamos hacia Ella en la representación de la Virgen del Rocío, que nos espera en la aldea almonteña.
Dejémonos guiar de su mano maternal hasta el Jesús que nos muestra, recordándonos que toda gloria está en Él.
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Este artículo está firmado con nombre y apellidos. Lo leí en el Periódico Digital Rociero, para el que fue escrito, que es la fuente de donde procede y cuya dirección es
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